Cómo evitar el suicidio desde la Psicoterapia Formativa
CÓMO EVITAR EL SUICIDIO DESDE LA PSICOTERAPIA FORMATIVA
David Alberto Campos Vargas*
El suicidio es una tragedia evitable. En esto deseo hacer hincapié. Todos los seres humanos, más allá de su profesión, deben tener las herramientas básicas para prevenirlo (la capacidad para detectar personas en riesgo, las habilidades básicas de soporte emocional y el conocimiento adecuado sobre la derivación a los especialistas). Así podrán salvar muchas vidas. En esta neoposmodernidad obsesionada con superhéroes irreales, vale la pena apostarle a una capacitación básica que puede ser de verdad útil en el mundo real.
Quien toma la triste decisión de suicidarse se limita a sí mismo de la forma más brutal: le pone fin a su existencia. Es la más grave de las mutilaciones, y la más lamentable de las renuncias: se está renunciando al ser, al existir. Es una autonegación ontológica. El daño supremo al self. Y lo peor es que es irreversible. De otro lado, el suicidio genera un impacto terrible en los sobrevivientes, dejándoles todo tipo de secuelas psicológicas. Y también produce daño social indirecto: genera zozobra, conmoción y disrupción, tiene un poder traumatógeno en quienes eventualmente lo presencien o encuentren el cadáver, y puede desencadenar otros suicidios.
En su misión de contribuir a la felicidad y la plenitud existencial de personas, familias y comunidades, la psicoterapia formativa también tiene un compromiso claro frente a dicha realidad. Todos los psicoterapeutas formativos deben estar muy bien entrenados para abordar con excelencia, empatía y profesionalismo al paciente con riesgo suicida, para apoyarlo y ayudarlo a redescubrir el sentido de la vida; también para proveer de destrezas útiles a sus familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo, y para educar a la población general en las competencias y habilidades básicas para una exitosa prevención del suicidio.
La formación (que implica una redefinición, una reestructuración y una verdadera transformación) buscada en el proceso terapéutico, y en las demás intervenciones psicosociales, está encaminada a la plenitud existencial. Ese es el objetivo principal de la Psicoterapia Formativa. Hacia ella apuntan todos los demás objetivos en este modelo psicoterapéutico (la apertura a lo sagrado y trascendente, la formación de una personalidad bien integrada y ecualizada, la redefinición de las percepciones y los conceptos sobre la totalidad de las cosas, la incorporación de aprendizajes significativos, la praxis filosófica, la mejoría en las relaciones, la conjunción armónica de todas las dimensiones del psiquismo, el uso de diversas maniobras para potenciar el coeficiente emocional, el equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu, la construcción de una cosmovisión nueva, la forja de un psiquismo creativo y vigoroso, la mejoría de las distintas habilidades intrapersonales e interpersonales, el uso de la filosofía y de la fe, la optimización del funcionamiento psíquico, el fortalecimiento de los valores y las actitudes coherentes con la bondad, la verdad y la justicia, el crecimiento en el amor hacia sí mismos y hacia los demás, la realización personal, el logro de la felicidad auténtica y el desarrollo de las diversas potencialidades humanas). De ahí que sea completamente incompatible con el suicidio. La plenitud existencial y la conducta suicida son incompatibles.
Lo primero es sensibilizar y educar mejor a las familias, las organizaciones y los demás grupos humanos. Es lamentable que aún haya gente que se burle de la persona que asiste al psiquiatra, o que crea estúpidamente que se puede enfrentar la depresión con mera “actitud positiva y fuerza de voluntad”, o descalifique (tildándolos de “débiles”, “perezosos” o “incapaces”) a los pacientes que tienen que lidiar con algún duelo, trastorno depresivo o cualquier otra enfermedad mental. Se debe llegar, lo más pronto posible, al día en que todos los habitantes del planeta sepan que quienes se deprimen se están enfrentando a una patología médica, seria y potencialmente grave, que de no tratarse puede resultar fatal, y que quienes manifiestan ideas de muerte, sean pasivas o activas, deben ser escuchados, acogidos y derivados al especialista con prontitud.
Las familias están llamadas a ofrecer una atmósfera de aceptación y validación. El miembro del sistema que manifieste que está cansado de su vida, o que desea morir (o “acostarse a dormir para no despertar jamás”, o que “Dios se acuerde de llamarlo”), o que verbalice claramente el deseo de matarse, debe desencadenar una respuesta mancomunada de acogimiento respetuoso, calmado y efectivo. Brindándole un ambiente cálido, tranquilo, bien dispuesto para la expresión de sus emociones, van a permitirle la catarsis y la expresión de sus cuitas. Cabe señalar que disminuye enormemente el riesgo de cometer suicidio en la persona que puede hablar de sus fantasías suicidas sin sentirse juzgada. Permitirle al paciente hablar de dicho tema, en vez de alentarlo a aniquilarse, en realidad lo protege.
A nivel de instituciones educativas, profesores, compañeros y personal administrativo también ayudan escuchando (sosegadamente y preferiblemente en un respetuoso y cálido silencio, sin caer en la tentación de darle “soluciones mágicas” o frases motivacionales de cajón) y detectando a tiempo signos y síntomas como: ánimo triste o irritable, anhedonia (dejar de disfrutar o de sentir placer con las actividades que antes eran las favoritas o más gustadoras), disminución en el rendimiento, retraimiento social o franco aislamiento, alteraciones en el patrón de sueño, verbalización de ideas de minusvalía o culpa, negativismo, desesperanza, taciturnidad, retraso en la entrega de tareas y otros deberes académicos, conductas evitativas (como dejar de asistir a fiestas, prácticas deportivas, clubes y reuniones sociales que antes frecuentaba) o inapropiadas (por ejemplo, participación en reyertas, allanamiento de morada, hurto, vagabundeo o vandalismo), consumo de tóxicos (alcohol, cigarrillo, sustancias psicoactivas), desórdenes alimentarios de reciente aparición o cualquier otra novedad que incida negativamente en su comportamiento. Lo importante es no estancarse en la crítica, la estigmatización o la sanción de la persona (que es lo que, por desgracia, se suele hacer), sino en la pronta activación de redes de soporte social y la adecuada remisión a los profesionales pertinentes.
En cuanto al ámbito laboral, colegas y coequiperos y otros miembros de la respectiva organización, resultan muy útiles cuando comunican a la familia del paciente y a los profesionales en salud mental hallazgos por el estilo de: disminución marcada de la participación del trabajador en actividades académicas, culturales, sociales o recreativas a las que antes se vinculaba, estallidos de cólera o llanto, expresiones públicas autocríticas y autodenigratorias (también en redes sociales o sistemas de comunicación internos), verbalización de ideas autolíticas, merma en la productividad, inicio o empeoramiento del consumo de psicotóxicos, episodios de descontrol con agresividad auto o heterodirigida, daños o al menos golpes a mobiliario y utensilios de su sitio de trabajo, ausentismo, impuntualidad, roces y desavenencias con los otros, o cualquier otro síntoma depresivo.
En el hogar, se deben guardar bajo llave y asegurarse de que nunca estén al alcance de quien verbaliza ideas de muerte objetos que puedan ser usados para infligirse daño (sogas, tijeras de punta afilada, martillos, taladros, machetes, cuchillos, herramientas de jardinería, estatuillas, abrecartas, etcétera), armas (no solamente las de fuego: también deben guardarse espadas, dagas, sables y hachas), venenos (de todo tipo: plaguicidas, raticidas, insecticidas) y otros artículos con potencial dañino (correas, botellas de vidrio, medicamentos). Asimismo, se deben tener a mano las llaves de todas las habitaciones, para poder abrirlas en cualquier momento, cuando la persona en riesgo se encierre. También conviene avisar a familiares, amigos y comerciantes que por nada del mundo le vayan a prestar o vender cualquier tipo de instrumento de uso potencialmente letal.
Resulta muy positivo saber con quiénes intercambia ideas quien está en riesgo. Si se trata de seres humanos buenos para escuchar, empáticos, prestos a dar validación desde una posición cálida y afectuosa, poco propensos a abrir la boca, optimistas, resilientes, prudentes, y sobretodo, muy sensatos a la hora de dar apoyo sin sermonear ni presumir ni bombardear al interlocutor con clichés, valen la pena. Sus llamadas, visitas y mensajes son claramente bienvenidos. Del mismo modo, en internet hay grupos, blogs y páginas especialmente diseñados para brindar un acompañamiento que puede resultar de gran utilidad.
También es clave identificar a los que resultan ser una influencia perniciosa o dañina (aquellos que hablan más de lo que escuchan, son imprudentes o explosivos en sus declaraciones, tienen escasa empatía, piensan demasiado en sí mismos, hacen alarde de “no deprimirse nunca”, juzgan y critican a quien manifiesta ideas autoagresivas, se dan ínfulas de “fe firme” o “superioridad moral” y aducen que es por eso que nunca han pensado en suicidarse), para mantenerlos alejados de la persona en peligro. Asimismo, existen sujetos tan perversos y psicópatas que hasta aconsejan y alientan el suicidio en redes sociales, o crean contenidos (videos, artículos y hasta concursos) que incitan a tomar tan funesta decisión. Estos últimos sitios de internet deben ser bloqueados y ojalá reportados; nadie, y menos alguien tan vulnerable como quien está contemplando el suicidio, merece ser contaminado por ellos.
He visto que la música puede servir para aliviar la angustia, aplacar la impulsividad, disminuir la inquietud psicomotora y promover sentimientos de calma y sosiego. Todo ello es muy útil a la hora de prevenir el suicidio. Aunque algunos estudios señalan que las tonalidades menores podrían desencadenar emociones como tristeza, soledad, incertidumbre, frustración, miedo o ira, la experiencia clínica me ha enseñado que cada quien tiene su música preferida, y que muchos pacientes encuentran reposo hasta en los géneros musicales menos pensados. Lo más inteligente es personalizar el tratamiento, y eso incluye respetar los gustos y las preferencias de cada paciente.
La actividad física también es primordial. De nuevo, hay que conocer qué es lo que la persona con riesgo suicida desea y disfruta. Ya sea un deporte de individual o de conjunto, seguro o de contacto, lo importante es que la persona disfrute retomando una actividad que le era placentera, y que poco a poco vaya tomándole gusto de nuevo. Se aconsejan 20 minutos de calentamiento, 20 minutos de práctica relajada, 5 minutos de práctica deportiva intensa y luego 15 o 20 minutos de práctica relajada, rematados con 5 minutos de enfriamiento. Es decir: no es cuestión de exigirle al paciente máximo rendimiento; no se trata de un atleta que se dispone a entrenar para lograr un trofeo o un campeonato, sino de un ser humano al que se le quiere ayudar a encontrarle sabor a la vida. Y lo ideal es combinar la práctica anterior, que debe ser matutina (pues realizarla por la noche puede desencadenar insomnio) con ejercicios y estiramientos conducentes a la relajación (yoga o taichí). Estos últimos pueden hacerse hasta tres veces al día, durante 30 o 60 minutos (no hay problema si se realizan por la noche, pues no dificultan el buen dormir).
Los distintos tipos de meditación (o, al menos, las diversas técnicas de atención plena) son útiles para disminuir la ansiedad, dar una sensación de mayor empoderamiento y ayudar a poner la mente en orden. Se puede aconsejar a la persona que medite en la mañana y en la noche, durante al menos 15 minutos (pudiéndose extender hasta una hora, si su organismo así lo necesita). El tipo de meditación lo elegirá el paciente de acuerdo con sus creencias: Lectio Divina, Ejercicios Espirituales, Meditación Contemplativa o Meditación Trascendental para los cristianos; Meditación Trascendental, Meditación Metta, Meditación de Enfoque, Meditación Vipassana o Meditación Zen para los budistas; Meditación de Puntos Energéticos, Meditación Kundalini, Recitación de Mudras o Recitación de Mantras para los hinduistas; técnicas eclécticas para los misceláneos o adeptos de la Nueva Era; un ateo puede encontrar soportable y hasta divertido el Mindfulness.
El factor más poderoso a la hora de traer paz espiritual es la oración. A lo largo de mi carrera, y en todos los estudios que he revisado o que he realizado investigando dicha variable, me encuentro con que resulta tanto o más eficaz que los antidepresivos. Lo ideal es que el paciente encuentre su(s) estilo(s) favorito(s). En la vertiente cristiana están la oración contemplativa, la oración meditativa, la oración de acción de gracias, la oración petitoria, la oración de alabanza, la oración de ofrecimiento, la oración de intercesión, la oración de abandono, la oración de recogimiento, la oración de arrepentimiento, la oración de bendición, la oración de acogida, la oración de elevación, la oración de acogida, la oración universal (Liturgia de las Horas), la hesiquia, la jaculatoria, el Padre Nuestro (la oración por excelencia, enseñada nada menos que por nuestro Señor) y las oraciones enmarcadas dentro de la tradición eclesiástica (Coronilla de la Misericordia, Rosario, Gloria, Alma de Cristo, Magníficat, Salve, Novena de Navidad, Señal de la Cruz, Ángel Custodio, Credo, Yo confieso, Acuérdate, Letanías de la Virgen, Letanías de los Santos, etcétera), tanto verbales como mentales, en solitario o en grupo, o dentro de actos litúrgicos (Misa, Salmodia, etcétera). En la tradición hebrea, las oraciones de bendición, de petición, de alabanza y de acción de gracias, las plegarias tradicionales (Shajarit, Minja, Arvit) y los actos litúrgicos (como los correspondientes al Shabat o a los ritos de paso, como el Bar Mitzvah). En el Islam, las cinco oraciones diarias (Fayr, Dhuhr, Asr, Magrib e Isha) y las demás oraciones coránicas. Y en las demás corrientes religiosas, todas las expresiones de amor a Dios y deseo de contactar con Él para adorarlo, agradecerle, suplicarle o demostrarle fidelidad. Puedo afirmar, categóricamente, que la persona fuerte y constante en la oración jamás llega a cometer suicidio, así esté viviendo la tortura de tener pensamientos suicidas recurrentes.
A nivel psicoterapéutico, se debe apuntar a la plenitud existencial (la sumatoria de la felicidad y la realización personal). Para ello, el psicoterapeuta formativo y el paciente, a través de la sinergia terapéutica, van a reencontrar y potenciar el gozo y la satisfacción por el hecho de ser y estar en el mundo. Muchas veces la persona en riesgo de suicidio se enfrenta a un trastorno del afecto (cualquiera de los trastornos depresivos, ansiosos, mixtos o bipolares), una adicción, una enfermedad crónica (especialmente si está asociada a dolor), un trastorno de adaptación severo, un duelo (por la muerte de un ser querido, un divorcio, una crisis económica, o cualquier otra situación en la que se sienta amenazada la seguridad o la reputación), una esquizofrenia activa (usualmente con síntomas que afectan enormemente la calidad de la vida, como el insomnio, las cogniciones alteradas y las alucinaciones) o cualquier otro escenario de enfermedad psiquiátrica o estrés psicosocial. En consecuencia, el proceso debe permitir antes que nada un alto en el camino, una pausa refrescante y sosegadora. Así se podrá hacer catarsis, tomar aliento, encontrar paz, poder ver todo en perspectiva y empezar a analizar la situación y a encontrar respuestas y soluciones. Al mismo tiempo, el paciente irá entrando a la espiral formativa de su ser (que incluye reformulación, reforma, redefinición integración, equilibrio, armonización y ecualización), transformando su personalidad, su self, su vivencia y su propia existencia. Así tendrán cada vez menos peso la posición jerárquica, la aprobación externa, el dinero, los bienes materiales o los títulos, y se irá pasando de la prisión de la patología a la liberación de la vida bien vivida. Entenderá que en su realidad y su circunstancia tiene todo el derecho y todas las posibilidades de realizarse como persona. Adquirirá las herramientas, la claridad mental, la bondad, la madurez, la sensatez para tomar decisiones y la capacidad de acción necesarias para alcanzar sus metas.
La psicoterapia formativa irá dotando a la persona de una cosmovisión nueva, en la que es posible una vida plena (llena de gozo, bienestar, autoaceptación y sensación de logro) obtenida éticamente. Los afanes, sufrimientos y pesares de antaño darán paso a la actividad ordenada y efectiva, a la felicidad y el saboreo y el disfrute de cada experiencia. La ideación autolítica se esfumará, pues un ser humano feliz y realizado vivirá cada vez más venturosamente.
Logrados todos los objetivos, siempre con el placer de saber que se está consiguiendo todo lo que se anhela actuando en coherencia con los valores universales (amor, bondad, honradez, paz, verdad, justicia, responsabilidad y solidaridad), la persona tendrá salud mental suficiente como para sacar el máximo provecho de su personalidad y sus demás recursos (físicos, psicológicos, espirituales, materiales, sociales y emocionales).
Con respecto al tratamiento psicofarmacológico, es muy claro que toda persona en riesgo debe recibirlo. Son completamente obtusos los profesionales que aún hoy se resisten a ello. Lo que sí es importante es que la medicación sea inteligente y cuidadosa, evitando en lo posible medicamentos que puedan producir dependencia y asegurándose de dar un esquema que combine seguridad y eficiencia. De otro lado, jamás se deben ignorar o minusvalorar las amenazas: es preferible una hospitalización profiláctica (así sea domiciliaria) que una actitud pasiva frente al asunto.
Referencias
Bahamón, M., Alarcón, Y., y Trejos, A.M. (2019). Manual de intervención: prevención del riesgo suicida en adolescentes. Ciudad de México: Manual Moderno.
Campos, D.A. (2020). Principios de Psicoterapia Formativa. Armenia: SPF Ediciones.
Frankl, V. (1987). El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia. Barcelona: Editorial Herder.
Frankl, V. (1999). El hombre en busca del sentido último. El análisis existencial y la conciencia espiritual del ser humano. Barcelona: Editorial Herder.
Frankl, V. (2003). Ante el vacío existencial. Hacia una humanización de la psicoterapia. Barcelona: Editorial Herder.
Frankl, V. (2015). El hombre en busca de sentido. Barcelona: Editorial Herder.
Reyes, M., y Strosahl, K. (2020). Guía clínica de evaluación y tratamiento del comportamiento suicida. Ciudad de México: Manual Moderno.
Skynner, R., y Cleese, J. (2011). Life, and how to survive it. New York: Random House.
David Alberto Campos Vargas
Médico cirujano, Pontificia Universidad Javeriana
Especialista en Psiquiatría, Pontificia Universidad Javeriana
Neuropsicólogo, Universidad de Valparaíso
Neuropsiquiatra, Pontificia Universidad Católica de Chile
Psicoterapeuta, Sociedad de Psicoterapia Formativa
Filósofo, Universidad Santo Tomás de Aquino
Teólogo, Obispado Castrense de Colombia